Amigo imaginario

     - Mira chaval, de buenas a primeras puedo decirte que el detalle de venir con las manos vacías no juega a tu favor -le informo.

- Lo siento. Es que Santi me comentó que no te gustan los pelotas que se presentan con regalos -me contesta Miguel.

- A lo mejor a Santi no le interesa que conozca más gente, ¿no te has parado a pensar en eso?

- Pues la verdad es que no, pero tiene sentido -me replica.

- Claro que lo tiene. Tú eres su competencia y él no quiere perder foco. Y te digo también, sin salirnos del tema, que me vendrían de perlas unos auriculares bluetooth.

- Por supuesto. ¿Has pensado en algún modelo o prefieres que improvise? -me pregunta.

 - Hijo mío, hay que decírtelo todo -le recrimino.

- Ya me encargo, no te preocupes. ¿La prueba oral la hacemos ahora o prefieres que primero te traiga eso?

- ¿En serio? -le preguntó a la sabandija mientras le dedico mi mirada más inquisitiva.

- Ahora vengo -se disculpa Miguel mientras sale a toda prisa para comprarme los auriculares.

Unos minutos más tarde, se presenta en mi casa una versión bastante sudorosa de Miguel pertrechada con una pequeña bolsa de plástico. Saca unos auriculares de la misma y me los muestra.

- ¿Pero tú eres imbécil?, ¿qué marca es esta? -le interrogo amablemente.

- Unos Sany, creo -me dice.

- Y dime, ¿qué tipo de amistad crees que vamos a tener si me regalas esta mierda? Ahora no puedo ofrecerte la plaza de amigo cutre. Con esto, como mucho, podría considerarte para la otra plaza que tengo vacante ahora mismo, la de amigo taxista.

- ¡No por favor!, que acabo de vender el coche. De verdad que lo siento, es que Santi me dijo que…

- ¿Te vuelvo a explicar lo de Santi? -le interrumpo.

- ¡Ahora vengo! -me dice mientras sale disparado.

Esta vez tarda un poco más en volver y lo hace con una caja que me enseña orgulloso.

- Creo que ahora sí he acertado -me dice el gusano.

- No te precipites, gusa.. digo Gustavo, o sea Miguel -digo, tratando de disimular las fechorías de mi subconsciente.

- Yo creo que estos son buenos. Me han costado 65 euros.

- No presumas tanto, primero deja que eche un ojo -le respondo mientras inspecciono el contenido de la caja detenidamente.

Parece que todo está en orden. Al menos no se ha presentado con un exprimidor de aceitunas que se rompe al segundo uso, como aquel impresentable que vino para cubrir la plaza de amigo tóxico el verano pasado.

- Entonces dime, ¿por qué quieres ser mi amigo? -le pregunto.

- Pues no sé, supongo que por lo que se dice por ahí, ya sabes: que son las risas estar contigo, que sueles tener drogas y que invitas a menudo -me suelta el tio jeta.

- Te aviso que la plaza de amigo interesado ya la tengo cubierta.

- No lo digo por eso. Pero tampoco quiero empezar con mentiras -responde.

- Eso me gusta -reconozco-. Veamos -continuo-, para ocupar esta plaza es evidente que has de tener dotes para el camuflaje, puesto que no puede verte nadie, excepto yo.

- Claro, solo faltaba. Además tengo experiencia demostrable.

- ¿Cómo es eso, maldita rata? -le suelto sin querer.

Miguel me mira bastante extrañado.

- ¡Disculpa! -me apresuro a decirle-. He tenido un cruce de cables, pensaba que todavía estábamos en la primera parte de la entrevista, cuando te sacudía con los parecidos razonables. ¿Por qué dices lo de la experiencia demostrable?

- Por mi último empleo. Vengo de trabajar con el hijo de un matrimonio bastante problemático. ¿Ha oído hablar de los Brown?

- ¿Los Brown?, ¿te refieres a Amelia y Alfred?

- Si, exacto. Veo que los conoce -me dice.

- Pues por lo que he visto en la TV, como todos.  Parece que han detenido a su limpiadora filipina por tratar de incriminar al pequeño William en un trama de terrorismo internacional. ¿No tendrás algo que ver con eso, verdad? -le digo.

- No, que va. La verdad es que casi no hablábamos.

- Pensaba que los amigos imaginarios de los niños también eran niños -le confieso.

- Yo en realidad ejercía como su padre imaginario.

- ¡Pero si el niño ya tiene padre! -contesto extrañado.

- Si, pero se ve que el suyo no le hacía ni caso.

- ¿Y qué pasó con el niño, entonces? - le pregunto.

- Después del famoso incidente le cogió una manía terrible a los filipinos. Estaba paranoico. Insistía en que cada día me parecía más a Manny Pacquiao y me despidió de un día para otro.

- Que historia más rara.

- ¿Y puedo saber por qué a tu edad necesitas un amigo imaginario? -me pregunta Miguel.

- Estoy bastante estresado y me iría bien desconectar con alguien que no me juzgue -le explico.

- ¿No has probado a ir de pilinguis? -me pregunta.

- Si, pero no es lo mismo. La última vez que traté de pagarles con dinero imaginario acabé visitando la sección de urgencias del Hospital Clínico.

- ¿Y cuáles serían mis funciones? -pregunta Miguel.

- Aguantar mis neuras y bailar conmigo cuando esté colocado, aunque podría surgir alguna cosa más -le contesto.

- Espero estar a la altura, porque vengo de apilar bloques con William -me advierte.

- No pongas la tirita antes de la herida -contesto-. Además, todavía no sé si eres el tipo de persona que quiero tener a mi lado cuando empiece a perder el control de mis emociones.

- Oye, que yo también tengo ofertas. Ayer mismo me ofrecieron cubrir una plaza de amigo de la uni durante un par de meses. Es para un chico con crisis de credibilidad que quiere un poco de coartada cuando hable sobre ciertos estudios universitarios que nunca ha cursado -me contesta Miguel.

- Está bien, te voy a poner a prueba esta misma tarde. Voy a jugar un partido de tenis y necesitaré un sitio en las gradas al que pueda mirar -digo.

- Vale -dice.

- Según transcurra el partido, te señalaré echándote la culpa de mi fracaso o te haré partícipe, en mucha menor medida, de mi gloria.

 - Parece fácil -asiente Miguel.

- No te fíes. Si cometo muchas dobles faltas, prepárate para esquivar mi raqueta -le aviso-. Y créeme si te digo que, el hecho de que seas imaginario, no te va a suavizar el golpe.

- Lo tendré en cuenta.

Concretamos los detalles de la cita y nos despedimos.

Me acerco a la cocina y preparo un café con vistas a lo que me espera: en veinte minutos tengo una cita con un chico que viene de Venezuela con la intención de que seamos amigos a distancia, ya que le han hablado muy bien de mí; después he quedado para comer con mi amigo del alma, que quiere renegociar las condiciones de nuestro acuerdo con vistas a que los préstamos de más de dos mil euros se los pida a Jaime, mi amigo tonto. A media tarde he quedado en la calle princesa para un encuentro incómodo con un amigo con el que no sabes porqué dejaste de hablar, aprovechando que él estará en la zona para entrevistarse con un señor que ha mostrado interés en ser el mejor amigo de su padre. Después de eso y coincidiendo con la hora de cenar tendré un pequeño respiro, ya que me veré con una amiga con derecho a roce. Lo único que no tengo claro es si saldré de madrugada, ya que no me apetece mucho ver a ese amigo con el que siempre te drogas.

Quien tiene un amigo tiene un tesoro, dicen. Amén a eso.

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